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Timanfaya: tierra que late, vientre de fuego

27/07/2022

Timanfaya: tierra que late, vientre de fuego

Tierra volcánica, tubos de lava, y cráteres rojos son parte del legado de las erupciones que protagonizan la formación de la isla de Lanzarote, que junto a sus arenas blancas y sus aguas transparentes, componen un gran número de texturas, fenómenos geológicos y colores inverosímiles capaces de transportarnos a cualquier lugar remoto de un mundo desconocido

Nos dirigimos a Timanfaya: Parque Nacional situado en la parte centro-occidental de la isla originado por las erupciones volcánicas entre los siglos XVIII y XIX. Aquí puede contemplarse una de las mayores actividades de vulcanismo mundial, no sólo por la inmensa cantidad de materiales arrojados por el fuego, sino también por su espectacular duración: seis años entre 1730 y 1736 en los que el rugir de la tierra y las incontrolables coladas de lava originaron una extensión volcánica de hasta 200 kilómetros que hoy dan lugar a un asombroso paisaje conocido como las Montañas del Fuego. 

Me acerco a Timanfaya desde el pueblo de Yaiza, conduciendo por la carretera LZ-67 en un camino que me obliga a guardar silencio y centrar mi atención en lo que veo. El paisaje ha ido cambiando a medida que me adentro en la roca volcánica, y aun conociendo el territorio desde pequeña, sigo sorprendiéndome ante esa sensación de no haber visto nada igual en ninguna otra parte del planeta

Camino al Echadero de Camellos me encuentro con la primera estampa maravillosa de la jornada: una serie de dromedarios desfila a través de las montañas, gráciles y elegantes en una fascinante danza bajo el mismo ritmo y con la misma pata. 

Una vez en el parque, salgo del coche y observo la inmensa extensión de malpaís desde lo alto. Y a lo lejos, el inmenso azul del mar. Una alegoría que contrasta desierto y agua recordándonos que el fuego de Lanzarote surge desde el mismo océano 25 millones de años atrás

La Ruta de los Volcanes 

Nos unimos a la Ruta de los Volcanes, un recorrido en una guagua especialmente acondicionada para desplazarnos a través de los más estrechos recovecos de este singular paisaje lunar

Una voz de suave acento conejero nos acompaña durante el viaje, narrando los detalles de las explosiones e ilustrándonos sobre lo que los habitantes de Lanzarote debieron sentir al oír la tierra rugir. Sus palabras son traducidas al inglés y al alemán entre breves períodos de música abrupta y dramática, invitando al viajero a una cierta introspección en la que los conceptos de tiempo y espacio parecen dejar de existir

La Ruta de los Volcanes acaba con el relato de Hilario y su higuera, la que según cuentan, nunca pegó fruto, pues el fuego hacía imposible la vida de toda flor. Sin embargo, me encantaría poder contarle a Hilario que años después, la vida se ha abierto camino en forma de 800 especies de animales y plantas que han sabido adaptarse al medio, embelleciéndolo y salpicándolo de una milagrosa naturaleza

Cuando el suelo —de verdad— es lava

Según acabamos el recorrido, un hombre vestido a juego con el entorno nos enseña las profundidades de un agujero en la superficie roja, y con mucho jeito, nos muestra la fuerza del calor que aún habita en el interior de la tierra acercando una aulaga a la pared volcánica. Tan sólo unos instantes después, la desafortunada planta prende en llamas.

Entonces su compañero toma el relevo e introduce agua en un agujero del suelo, que al entrar en contacto con la tierra, llega a alcanzar más de 100 grados y sale disparada en forma de fuente termal, un fenómeno conocido como géiser que arranca a la audiencia varios suspiros que vacilan entre la sorpresa, el miedo y la admiración.   

El Diablo: cocinando con fuego

Por último nos guían hasta una parrilla que aprovecha el calor de la tierra para cocer alimentos a diez metros de profundidad de lo que bien podría ser el infierno: piedra volcánica ardiendo a casi 300 grados de temperatura

Estamos en la cocina de El Diablo, un restaurante donde César Manrique dio rienda suelta a su imaginación integrando un espacio gastronómico que se mimetiza con el entorno y realza aún más su interés turístico, artístico y cultural. 

El interior del mismo se reafirma como lugar de culto. En forma circular, y con vistas al malpaís, el visitante podrá observar nuevamente esa capacidad de Manrique para jugar a diluir esa fina línea entre la mano del hombre y la naturaleza, encontrando, además, alguna de las creativas ocurrencias que tan bien le caracterizaban, como por ejemplo, llenar de sartenes el techo y otros tantos rincones.  

Una tierra que vive, que late, que vibra  

Decía César que Lanzarote era un lugar para la meditación y la contemplación. Y sin duda, las Montañas del Fuego hacen que una reflexione sobre esa bestialidad en la que a veces toma forma la naturaleza, capaz de aterrorizar a toda una población destruyendo todo rastro de vida para, posteriormente, convertirse en un punto de atracción de viajeros de todo el mundo que se rinden a esa belleza tan fuerte y brutal. 

Y es que en las Montañas del Fuego habita una energía explosiva donde el silencio invita a intuir el rugido de los volcanes, dulcificado hoy en día por la influencia de todos esos lugares donde juegan el viento y la marea. Un recorrido esencial que hacer en Lanzarote, y probablemente, el lugar más emblemático para entender la identidad de la isla. Éxtasis para la geología y caja de pandora para la historia. Un entorno que representa el terrorífico pasado de una  naturaleza salvaje que, con el paso del tiempo y la mirada de César, se ha convertido en un hermoso lugar donde puede sentirse a la tierra ardiente y vibrante, y donde hasta la vida más pequeña y delicada, ha sabido abrirse lugar. 

Fotografías de Alejandro Acuña y Mercedes Parrilla

Autora: Mercedes Parrilla

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