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Una tarde en el MIAC: mirada de cerca a la fortaleza 

27/07/2022

Una tarde en el MIAC: mirada de cerca a la fortaleza 

Me acerco a la entrada del castillo sobre el puente levadizo con el foso bajo mis pies. Dos puertas de cristal con unos elegantes pomos en forma de corona me dan la bienvenida. Me adentro en la fortaleza y me encuentro rodeada de una de las mayores colecciones de arte abstracto del siglo XX existentes en toda Canarias: Picasso, Tàpies, Millares o Miró aguardan para saludarme. 

Erigido a finales del siglo XVIII por orden del rey Carlos III, El Castillo de San José supuso un punto crucial de defensa en la historia de Arrecife y de su puerto, además de ser, durante su construcción, una fuente de trabajo para la sociedad de Lanzarote en duras épocas de hambruna. 

Dos siglos más tarde la amenaza naval había cesado, y el castillo se encontraba en un estado de abandono cuando César Manrique convenció a las autoridades para transformar la fortaleza de hambre —como popularmente se la conocía— en una galería de arte; inaugurándose durante los años 70 como Museo Internacional de Arte Contemporáneo.

Una fortaleza repleta de arte 

Es una tarde de calor y agradezco la sensación de frescor que envuelve la primera sala. Sobre ella descansa parte de la colección permanente, entre la que encontramos piezas originales de Tápies, Guerrero, Torner, Zóbel, Sempere, Gordillo, Rivera o Le Parc. Me muevo lentamente de derecha a izquierda dejando para el final mi obra favorita: Blanco con agujero y madera de sabina de Gustavo Toner.

Continúo el recorrido hasta la sala de artistas canarios, donde tengo el placer de encontrarme con obras de Óscar Dominguez, César Manrique, José Dámaso, Cristino de Vera, María Belén Morales y un espectacular Manuel Millares. Y entonces me adentro en, a mi parecer, uno de los rincones más especiales del Castillo: la pequeña y fascinante Sala Lasso. Aquí podemos encontrar entre seis y ocho piezas que el artista Pancho Lasso creó durante la década de los 30, entre otras, la escultura de Pájaro, Mujer y niña u Hombre con su luna

Doy marcha atrás sobre mis pasos hasta las escaleras de la entrada para subir a la parte más alta de la fortaleza, alzada sobre un acantilado y con vistas a toda la bahía. Me pregunto qué se vería desde aquí dos siglos atrás y cómo sería vivir en tiempos de guerra, y reflexiono sobre esa capacidad de César para transformar cualquier lugar en un hogar para la cultura, el arte y la naturaleza.  

Me adentro de nuevo en el castillo y me dirijo a la parte inferior, donde antaño se encontraba el aljibe. Y aquí es donde hallo una de las imágenes más sobrecogedoras del día: la bella escultura de La Semilla, de Francisco Barón, en compañía de la hermosa Casa de Campo de Hernández Mompó

Me detengo unos segundos para apreciar la belleza de las paredes blancas, sinuosas y en contraste a la escalera de piedra negra, y me quedo absorta estudiando los pliegues y recovecos móviles de la escultura.  

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Continúo mi recorrido y ante mí aparece el restaurante: un moderno espacio diáfano donde Manrique desplegó todo su potencial creativo de espléndidas vistas a la bahía a través de una enorme cristalera. 

En sus fogones se transforman las recetas que han formado parte de la historia de la isla, reconvirtiéndolas en platos honestos y creativos que destacan el producto local e incorporan técnicas de vanguardia, y a la vez, conservan intactos los aromas y sabores que tanto distinguen a la gastronomía canaria, y en concreto, a la conejera.   

Me siento en una mesa cercana al mar y disfruto un café sin prisas, mientras observo divertida la intrépida ocurrencia de César de crear lámparas a partir de clásicas hondillas de cocina.

Me acerco hasta los baños simplemente por el puro placer de presenciarlos, y de camino, contemplo una de las especialidades de Manrique: las barras de bar. Y una vez en el servicio de mujeres recuerdo que, ya de niña, me encantaba escaparme a los baños para encontrarme con esos gigantescos ventanales desde donde observar rofe, flores, plantas y mar.

Salgo del Castillo a través de sus escaleras exteriores, de camino al coche mi mirada se detiene en una pequeña construcción entre rofe y palmeras construida a base de piedra y con una bonita puerta de madera. Me pregunto la cantidad de secretos que guardará cómplice este viejo aljibe que bien podría ser una ermita; y por última vez en el día de hoy, agradezco a César esa capacidad tan suya para llenar de vida, arte y alegría un lugar nacido ante las crudas necesidades de la guerra y del hambre.

Fotografías de Alejandro Acuña y Mercedes Parrilla

Autora: Mercedes Parrilla

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