Los Jameos Noche: bitácora de sensaciones
27/07/2022
Son cerca de las ocho y voy conduciendo por la carretera de Arrieta-Orzola. Siempre me ha gustado este tramo de la isla: dirección al norte, volcanes a la izquierda y el mar a la derecha. Llego a mi destino un par de minutos tarde, pero en el momento preciso para ver al sol despedirse de la isla deslizándose entre las montañas, dejando un rastro en el cielo de una cálida acuarela.
Me acerco a la entrada principal de los Jameos del Agua con esa sensación de haber llegado a un lugar especial. Un lugar donde la magia existe. Confirmo mi reserva en la taquilla y me adentro en el centro a través una de mis áreas favoritas: las escaleras de piedra que, rodeadas de vegetación y con vistas al lago, me llevan al restaurante. Y mientras desciendo, me detengo casi sin darme cuenta para deleitarme con un plano general del entorno, exuberante de belleza.
Continúo adentrándome en el restaurante y algo simpático sucede: la primera voz que escucho es, precisamente, la de César Manrique. Y es que, bajo una maravillosa acústica, una música suave se entremezcla de vez en cuando con varias frases de Manrique que, sin duda alguna, todo conejero reconocerá.
Sólo llevo unos instantes dentro, pero ya sé con certeza que Los Jameos Noche es una de las propuestas más interesantes que hacer en Lanzarote para disfrutar algo extraordinario ajeno a toda normalidad. Me encuentro a mi compañero; y aunque desde las cocinas se intuye un aroma delicioso, decidimos esperar unos minutos para poder sentarnos en nuestra mesa favorita, de increíbles vistas al Jameo Chico.
No estoy acostumbrada a visitar este centro de noche, por lo que me entretengo en valorarlo desde esta nueva perspectiva: quizás sea extraño no percibir los rayos del sol entre el impresionante tubo volcánico, pero tengo la sensación de que, durante la noche, la atmósfera es aún más especial y misteriosa.
Todas las mesas están llenas, incluyendo un pequeño grupo de extranjeros que celebra una boda íntima. Veo muchas parejas, viajeros y familias que conforman un ambiente muy variado aunque muy afín a una misma filosofía: un absoluto respeto hacia el lugar.
Finalmente nos guían hasta nuestra mesa y nos informan acerca de los detalles de los menús reservados, que vendrán acompañados de vino blanco de malvasía volcánica de la isla y agüita. No puedo evitar sentirme profundamente afortunada al degustar mi vino blanco favorito del mundo contemplando, absorta, la increíble obra de César.
Y mientras me zambullo en la experiencia, (casi) me olvido de la comida que en unos instantes vamos a recibir. He reservado un menú vegano con una variedad de sabores nada fáciles de encontrar en la isla que ya estoy deseando conocer.
El primer plato me sorprende por su presentación: estoy ante un tartar de aguacate, tofu, tomate, fruta y sésamo. Lo cierto es que su forma es tan perfecta que da cierta pena estropearlo, pero mi tenedor cobra vida propia para degustar sin piedad un primer bocado. La sensación es muy fresca, seguida de un abanico de sabores agridulces que el comensal tiene el placer de descubrir.
El segundo plato es un goce para los sentidos: un rissoto de setas y trigueros con leche de coco, esencia de curry y piñones tostados. Quizás mi opinión no sea la más imparcial —dada mi fijación con todo aquello que lleve algo de coco y curry—, pero me resulta, sin duda, un plato delicioso para todo paladar; que al igual que el tartar, marida a la perfección con el vino malvasía.
Llega el momento más dulce de la velada, que en mi caso toma forma de una macedonia de frutas de la isla, y en el de mi compañero, de un suculento ladrillo de chocolate. Y con cierta excitación, recorremos el lago desde el Jameo Grande hasta el Jameo Chico y nos trasladamos al bar, donde el grupo musical que ameniza la velada en un concierto.
Me siento a escucharlos directamente sobre las escaleras, desde donde tengo una perfecta visión frontal del escenario con el tubo volcánico detrás. La selección de la música va desde las típicas isas canarias hasta varios clásicos internacionales, aunque siempre reproducidos con un marcado estilo personal.
Y entonces oigo los primeros acordes de una de mis canciones favoritas del mundo, Hotel California, y sonrío mientras me rindo ante la magia de este espacio en el que luces y sombras se entremezclan a través de mil reflejos entre lago y volcán.
Me acerco a curiosear la barra del bar, que es, a mi parecer, una de las más bonitas de los centros. Me detengo unos instantes para apreciar cómo está literalmente metida dentro de la roca volcánica, en una especie de cueva con una sugerente personalidad gastro-bar.
Y entonces me hago amiga de un bromista camarero que no tarda en recordar con nostalgia la figura de Manrique, artista admirado, jefe antaño, pero también y sobre todo, su amigo. Nos cuenta que echa de menos los uniformes que César diseñó para cada uno de los centros, asignando a los Jameos su claro favorito: camisa naranja y un arriesgado aunque elegantísimo pantalón blanco.
Cerramos la velada andando paso a paso hacia la piscina. La luna está de vuelta tras haberse ocultado unos días, y su estampa junto a las estrellas sobre esa mítica palmera que se alonga descarada sobre la piscina es, en este justo instante, simplemente sensacional.
Me despido de los Jameos del Agua subiendo las escaleras mientras deslizo mis dedos por la barandilla de caracol, deteniéndome unos segundos para mirar atrás y apreciar este auténtico poema visual que César creó un su día, y que hoy, nos acoge a canarios, extranjeros y locales para tener la oportunidad de deleitarnos, saborear y sumergirnos ante una experiencia repleta de su esencia.
Autora: Mercedes Parrilla